Si tomamos a 9 personas comunes, 7 mujeres y 2 hombres, y los ponemos a juzgar crímenes veremos que sus sentencias mostrarán el espíritu débil y de moralina que domina el país, mezcla de buenismo y sensiblería; y también homofobia si las víctimas son homosexuales, porque, suele apostillarse, “estaban buscándolo”.
Es lo que acaba de hacer un jurado popular con esa composición al absolver a un hombre que mató de 57 cuchilladas a dos homosexuales y afirmando a la vez que querían violarlo.
Los crímenes ocurrieron en Vigo España: un treintañero, Jacobo Piñeiro, se enharinó de cocaína y se fue a un bar de madrugada, donde hizo amistad con un camarero homosexual que lo invitó a su casa, en la que vivía con otro homosexual.
Con más alcohol y más cocaína acuchilló a uno 35 veces y al otro 22; luego, robó todo lo valioso que encontró e incendió la vivienda para borrar huellas.
El criminal se mostró muy arrepentido ante el jurado popular. Tanto, que 3 de sus miembros lloraron. Y lo absolvieron por 7 votos a 2.
La mayoría del jurado sacó de su interior esa España bondadosa y cruel al pensar:
“Pobrecillo, si podía ser mi hijo, si no podía hacer otra cosa que matarlos; los gays tuvieron lo que merecían, que fueran machos y no mariquitas”.
Dos asesinatos sádicos, y el tipo absuelto gracias a que la Ley del Jurado permite dictar sentencia según la sensiblería social del momento y las emociones de sus componentes
Parte de la justicia está en manos quienes no razonan, sino que sienten. Resultan un peligro público porque su piedad de hoy puede ser furor incontrolado mañana.
Ha habido numerosos casos similares, como absolución de etarras por miedo o simpatía, pero al jurado popular español sigue llamándosele “progresista”.
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