martes, 2 de septiembre de 2008

Historiador Antonio Pirala

El historiador Antonio Pirala realiza, en esta ocasión, un artículo para la Sección Historia de la Mujer de la revista , que fue publicado el 24 de mayo de 1853. El tema es, nuevamente, una mujer destacada de la Antigüedad: Artimisa, tirana de la satrapía de Caria. Perteneciente a la dinastía Hecatómnida, que gobernó a principios del siglo IV a. C.; participó en la batalla de Salamina, al lado de los persas, liderando cinco naves ante el asombro de la armada griega. Contrajo matrimonio con su hermano Mausolo y, a la muerte de éste, construyó, para honrarle, el famoso Mausoleo de Halicarnaso. Respetamos la ortografía original.

Artemisa de Caria

Mas de cuatrocientos ochenta años antes de la venida de Jesucristo reinaba en la Caria la famosa Artemisa, hija de Ligdamia.

Así como Safo se distinguió por la ternura, y brilló su génio mecido por las suaves y pacíficas auras de la poesía, Artemisa, sin ser menos tierna, fue de carácter mas fuerte, y su talento, ya que no fue inspirado por Apolo, fue guiado por Belona.

En la hija de Mitelene vemos retratada su época, la sociedad que la rodeaba; en la heroína de la Caria vemos personificadas las costumbres de su tiempo, y distinguiéndose ella en lo que mas se distinguía el hombre entonces, en la guerra.

Aliada Artemisa con los Persas, acompaño al famoso Jerjes, y ella misma guiaba el ejército auxiliar. Marchan á combatir á los griegos, y al prepararse la célebre batalla de Salamina, Jerjes reunió á los principales jefes de su ejército y armada para decidir si convenia batir al enemigo ó estar á la defensiva. Los reyes de Chipre, Tiro, Sidon y Cilicia opinaban por dar la batalla sin perder un momento; pero Artemisa se opuso cuerda á tal precipitación, y al llegarla el uso de la palabra en el Consejo, dirigiéndose á Jerjes, dijo:

La historia ha demostrado lo prudente del consejo de aquella mujer, mas previsora y mas política que todas aquellas varoniles celebridades guerreras y políticas, que se decidieron por la guerra, combatiendo esta opinión de Artemisa hasta el último momento; mas cuando ya no podia hacerlas que conformarse, se aprestó á cumplir como valiente colocándose animosa en su puesto.

Fuese por traicion, o por otra causa, las predicciones de Artemisa se realizaron; los persas perdieron la batalla.

Algunos de los que con mas ardor sostuvieron que se diera, fueron de los primeros á huir; y Artemisa que se opuso, continuó peleando con heroísmo, aun después que la victoria se declaró por los griegos.

Perseguida muy de cerca por varios bajeles atenienses, y próxima á caer en s poder, su feliz imaginación le sugirió un pensamiento salvador, una estratagema digna del mas grande capitan, una astucia propia de la pródiga invectiva de la mujer.

Cerca de su navío bogaba uno persa, que mandaba su enemigo Domasitino. Artemisa enarboló la bandera de Esparta, acometió al bajel persa, y lo echó á pique; los atenienses que presenciaron aquel choque, creyeron que era de su partido y cesaron de perseguirla. Así se salvó.

Jerjes, que contempló desde lo alto de una montaña la derrota de su armada, y los heróicos esfuerzos de Artemisa, esclamó lleno de amargura y de entusiasmo: ¡En la batalla los hombres se han portado como mujeres y las mujeres como hombres!

¡Magnífico elogio para el sexo! ¡Terrible sarcasmo para el hombre!

Y tanto irritó al ateniense verse postergado por una mujer, que se declaró su enemigo, y prometió una crecida suma de dinero á cualquiera que la entregase viva; pero no era la reina Artemisa mujer que se dejára vencer tan fácilmente, y á quien faltára la suficiente habilidad para burlar tales persecuciones, que despreció dignamente.

Y no solo despreció, sino que poco después se apoderó por sorpresa de la ciudad de Latmo, penetrando en ella bajo el pretexto de adorar á la madre de los dioses.

Pero aquella mujer, fuerte en los combates, valiente con los enemigos, heróica en la desgracia, é invencible donde pudiera luchar, no supo, ó no pudo vencer una pasion que concibió frenética por el jóven Dárdano.

Sin nada que justificára en ella aquella pasion repentina, pues solo se dejó llevar de la efímera hermosura del jóven de Abydos, halló en ella el castigo de su culpa, como le suelen hallar esas pasiones imprudentes, esos amores basados en una apariencia loca; fuegos del corazon que apagan la llama de la inteligencia.

El jóven la desdeñó; é irritada de aquel ultraje hecho á su amor y á su orgullo, llegó á sacar los ojos a Dárdano, y á precipitarse ella al mar desde la roca de Leucades, siguiendo a Safo, como la seguian todos los amantes desgraciados.

Aquella vida de heroísmo, de gloria, fue empañada en un momento por un estravío de los sentidos: tambien una vida de virtud y de honor muere en un instante por una pasion imprudente, por un amor á una figura hermosa, que carece por lo general de una inteligencia elevada, de un corazon ardiente, y de un alma apasionada. Bellas estatuas para ser contempladas.

Otra Artemisa, la reina de Halicarnaso, brilla en la historia; pero pertenece á otra época, y ya nos ocuparemos de ella, porque fue el modelo del amor conyugal: bien es verdad, que no hay virtudes de las que no se pueda presentar á una mujer como modelo.

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